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¿Está bien orar por un empleo satisfactorio?

Pregunta:
He estado esperando encontrar el trabajo adecuado y experimentar prosperidad, paz, para liberarme y seguir adelante en mi viaje. Anoche no pude dormir, mientras yacía allí, el Espíritu Santo me reveló que, la verdadera barrera para la conciencia de la presencia del amor para mí era mi falta de perdón hacia todos mis aparentes abusadores y abandonadores del pasado, y hacia mí mismo por "fallar" para luego culpar a Dios. Sé que necesito ayuda para atravesar este bloqueo de paz y doy gracias al Espíritu Santo; aunque todavía siento conflicto en mi interior, sé que la fuente de mi culpa, miedo y dolor está dentro de mí, y por lo tanto allí también está mi salvación; siento que estoy al borde de un precipicio y necesito la ayuda del Espíritu Santo para dar el siguiente paso. 

Agradecería tus oraciones y orientación

Respuesta:
Gracias por abrir tu corazón y por estar dispuesto a recibir orientación sobre la oración. Tú y tu familia están en mis pensamientos y oraciones.

Ahora, para un poco de Guía sobre la oración, esta es el deseo, un corazón que no conoce ningún deseo, ha despejado el altar de la mente y desea que no haya ídolos delante de Dios. La falta de deseo es plenitud y, Dios creó a Cristo completo y entero. La falta de deseo significa que no hay nada que agregar o desear más allá de la perfección que Dios da eternamente. El deseo único o unificado, es la Creación, y este es el significado de "dejar que tu ojo sea bueno". Cristo ha dado el "Canto de la Oración" como una Guía directa sobre el tema de la oración. Incluiré algunos pasajes a continuación para que lo medites, para que puedas pedirle al Espíritu Santo en tu interior más aclaraciones e iluminación:

Oración

La oración es el don más grande con el que Dios bendijo a su hijo cuando lo creó, tiene que llegar a ser tal como era entonces; la voz única que el Creador y la creación comparten; el canto que el Hijo canta al Padre, quien le devuelve el agradecimiento que este le ofrece. Armonía sin fin y perpetua, también, la jubilosa concordia de Amor que ambos se ofrecen por siempre mutuamente; y en esto, la creación se extiende. Dios da gracias a su extensión en su hijo, y su hijo, muestra su agradecimiento por haber sido creado en el canto de su creador en nombre de su Padre. El Amor que ambos comparten, es lo que toda oración siempre será por toda la eternidad, cuando el tiempo concluya, pues así era antes de que el tiempo pareciera existir.

Para ti que estás en el tiempo por un breve instante, la oración adopta la forma que mejor sirve a tus necesidades; aunque solo tienes una, lo que Dios creó Uno debe reconocer su Unicidad, y regocijarse de que lo que las ilusiones aparentan separar; es Uno por siempre en la mente de Dios. La oración ahora debe ser el medio por el que el Hijo de Dios abandona objetivos e intereses separados, y vuelve con santa alegría a la verdad de la unión con su Padre, y, consigo mismo. Deja a un lado tus sueños, tú santo Hijo de Dios, y alzándote tal como Dios te creó, prescinde de los ídolos y recuérdale a Él. 

La oración te sustentará ahora y te bendecirá mientras elevas tu corazón a Él, en un canto ascendente que llega a lo alto y luego más alto aún, hasta que tanto lo alto como lo bajo desaparecen. La fe en tu meta crecerá y te sostendrá a medida que subas la luminosa escalinata a los prados celestiales y llegues a la puerta de la paz. Pues esto es la oración y aquí se encuentra la salvación, este es el camino, es el regalo que Dios te hace. 

La Verdadera Oración

La oración es un camino que el Espíritu Santo ofrece para llegar a Dios. No es meramente una petición o una súplica. Y no tendrá éxito hasta que te des cuenta de que no es para pedir nada. ¿De qué otra manera podría cumplir su propósito? Es imposible rogar por ídolos y esperar llegar a Dios. La verdadera oración debe evitar caer en la trampa de pedir suplicando. Pide más bien recibir lo que ya se te ha dado; aceptar lo que ya tienes ahí. 

Se te ha dicho que pidas al Espíritu Santo la respuesta a cualquier problema específico, y, que recibirás una respuesta específica si tal es tu necesidad. También se te ha dicho que solo hay un problema y que solo hay una solución. En términos de oración esto no es contradictorio. En este mundo hay que tomar decisiones y se deben tomar tanto si se trata de ilusiones como si no; no se te puede pedir que aceptes respuestas que están más allá del nivel de necesidad que puedes reconocer. Por lo tanto, no es el contenido de la plegaria lo que importa, ni cómo la hagas; la forma que adquirirá la respuesta satisfará tu necesidad, tal como la percibes, cuando es Dios quien te la da. Pero, lo que te llega es simplemente un eco de la respuesta de Su Voz; el sonido real es siempre un canto de agradecimiento y de Amor.

Por eso, no puedes pedir el eco. El canto es el regalo. Con él vienen las resonancias, los armónicos, los ecos, pero todo eso es secundario. En la auténtica oración solo oyes el canto. Todo lo demás es un mero añadido. Has buscado el Reino de Dios en primer lugar y todo lo demás se te ha dado por añadidura.

El secreto de la auténtica oración es olvidar las cosas que piensas que necesitas. Pedir lo concreto es como considerar el pecado en primera instancia para luego perdonarlo. De la misma manera, en la oración has de pasar por alto las necesidades específicas que crees tener, dejándolas en manos de Dios; ahí se convierten en los regalos que le haces, pues le dicen que no adorarás a más dios que a Él, ni tendrás otro Amor que el Suyo. ¿Y cuál podría ser su respuesta sino tu recuerdo de Él? ¿Puede cambiarse esto por un insignificante consejo para un problema que apenas dura un instante? Dios responde únicamente en el ámbito de lo eterno, aún así, en eso también se encuentran todas las pequeñas respuestas.

Orar es hacerse a un lado; es soltarlo todo; es un momento íntimo de escuchar y amar. No debe confundirse con súplicas de ningún tipo, pues es una manera de recordar tu santidad. ¿Por qué debería suplicar la santidad, siendo absolutamente merecedora de todo lo que el Amor puede ofrecer? Pues es al Amor adonde vas en la oración. La oración es una ofrenda; la entrega de ti mismo para hacerte uno con el Amor. No hay nada que pedir, pues no queda nada que quieras. Y esta nada se convierte en el altar de Dios, y desaparece en Él.

Este, sin embargo, no es un grado de oración que todo el mundo pueda alcanzar por ahora; aquellos que aún no lo han conseguido necesitan por el momento ayuda en la oración, porque su pedir todavía no está basado en la aceptación; ayudar en la oración no significa que alguien medie entre tú y Dios, quiere decir más bien que alguien te acompaña y te ayuda a elevarte hasta Él. Quien ha asumido la bondad de Dios ora sin temor, y, quien ora sin miedo inevitablemente Él llegará, por lo tanto, también puede llegar a su hijo, dondequiera que esté y cualquiera que sea la forma que adopte. 

Cuando se venera al Cristo en cualquier persona, se está haciendo auténtica oración, ya que es un regalo de agradecimiento a su Padre; pedir que Cristo sea tal como Es no es una súplica, es un canto de agradecimiento por lo que realmente eres. En esto radica el poder de la oración; no pide nada y lo recibe todo. Esta forma de oración sí se puede compartir, porque en ella se recibe para todos. Orar con alguien que, ya sabe que sabe que esto es verdad, ya es respondido; puede que la forma específica de resolución de un problema concreto le ocurra a uno de los dos, no importa a quién. Quizás llegue a los dos, si ambos están en auténtica sintonía; pero llegará, porque se han dado cuenta de que Cristo está en ambos y esta es su única verdad.

La Escalera de la Oración

La oración no tiene principio ni fin, es parte de la vida; pero sí cambia de forma y crece con el aprendizaje hasta que alcanza un estado amorfo, fusionándose en total comunicación con Dios. Sin embargo, en su estadio más elemental, en su forma peticionaria, no es necesario apelar a Dios; de hecho, con frecuencia no se hace, e incluso a veces, ni siquiera se cree en Él, en estos niveles, la oración es meramente una querencia proveniente de un sentido de escasez y de falta. 

Esta forma de oración o “pedir desde la necesidad”, siempre conlleva un sentimiento de debilidad e incapacidad, y, nunca puede ser hecha por un Hijo de Dios que sabe quién es en realidad; por ello, quien conoce su verdadera identidad con certeza nunca podría orar de esta manera. Sin embargo, también es cierto que todo aquel que carece de certeza sobre su identidad no puede evitar orar así; y la oración es tan continua como la vida misma. Todo el mundo ora sin cesar, pide y ya has recibido, pues eres tú mismo quien ha establecido lo que quieres.

También es posible alcanzar una forma más elevada de “pedir desde la necesidad”, pues en este mundo la oración es reparadora, y por eso debe entrañar niveles de aprendizaje. Aquí, la petición puede que sea dirigida a Dios con honestidad, aunque no todavía con entendimiento. En este caso generalmente se alcanza un vago y con frecuencia inestable sentido de identificación con Dios, pero tiende a estar desenfocado por un sentimiento de pecado profundamente arraigado. En este nivel es posible que se sigan solicitando cosas mundanas de diferentes tipos, y también es posible que se pidan dones tales como bondad u honestidad, y especialmente el perdón para las muchas fuentes de culpabilidad que inevitablemente subyace en toda oración proveniente de la necesidad, sin culpa no hay sentimiento de escasez. Quién está libre de pecado no tiene necesidades.

En este nivel también ocurre esa curiosa contradicción de términos conocida como “orar por nuestros enemigos”. La contradicción no reside en las palabras mismas, sino más bien en la manera en la que son usualmente interpretadas; mientras creas que tienes enemigos, limitas la oración a las leyes de este mundo y, has limitado asimismo tu capacidad para recibir y aceptar en los mismos estrechos márgenes. Y sin embargo, si tienes enemigos tienes necesidad de oración, y una gran necesidad ciertamente. Entonces, ¿qué es lo que realmente significa esta frase? Ora por ti mismo, para que no busques encarcelar a Cristo y perder con ello el reconocimiento de tu propia identidad; no traiciones a nadie, pues te estarás traicionando a ti mismo. 

Un enemigo es el símbolo de un Cristo encarcelado. ¿Y quién podría ser este, sino tú mismo? Orar por tus enemigos se convierte así en una oración por tu propia libertad. Aquí ya no hay términos contradictorios. Se ha convertido en una afirmación de la unidad de Cristo y en un reconocimiento de su impecabilidad. Y con ello se ha santificado, pues reconoce al Hijo de Dios tal como fue creado. 

Nunca debe olvidarse que la oración en cualquier nivel es siempre por uno mismo. Si te unes con alguien en oración le haces parte de ti. Tú eres el enemigo, de la misma manera que eres el Cristo. Por ello, antes de hacerse santa la oración, se convierte en una elección. Tú no escoges por otro. Solo puedes escoger por ti mismo. Ruega de corazón por tus enemigos, pues en ello radica tu propia salvación; perdónales por tus pecados y así serás ciertamente perdonado.

La oración es una escalera que llega hasta el Cielo. En la cima hay una transformación semejante a la que tú experimentas, pues la oración es parte de ti. Los asuntos de la tierra quedan atrás, todos olvidados. Nada se pide, pues nada falta. La identidad en Cristo se reconoce plenamente, tal como fue establecida para siempre, más allá de todo cambio y corrupción. La luz ya no vacila y nunca se apagará. Ahora la oración recupera su sentido original, sin necesidades de ningún tipo e investida por siempre de pura impecabilidad, que es el regalo que Dios te ha hecho a ti, Su Hijo. Pues ahora se eleva como un canto de agradecimiento a tu Creador, cantado sin palabras, pensamientos, o vanos deseos, absolutamente carente de todo tipo de necesidades. Y así se extiende, tal como se concibió que fuera y, por esta entrega Dios mismo da gracias.

Dios es la meta de toda oración, lo cual le confiere intemporalidad en lugar de finalidad. Por otra parte, la oración tampoco tiene principio, pues la meta siempre ha estado ahí. La oración en sus modos más primitivos es una ilusión, ya que no se necesita una escalera para alcanzar lo que nunca se ha abandonado. Además, la oración es parte del perdón hasta que este no se alcance, él mismo es una ilusión también. De igual manera, la oración está vinculada al aprendizaje, hasta que se consiga el objetivo que este procura. Y cuando esto se realice, todas las cosas se transformarán conjuntamente, y se volverán inmaculadas a la mente de Dios. Este estado no se puede describir, pues se encuentra más allá de lo que se puede aprender, sin embargo, los estadios necesarios para su consecución necesitan ser entendidos, para que vuelva la paz al Hijo de Dios, que vive ahora en la ilusión de la muerte y el temor de Dios. 

Orando por otros

Hemos dicho que la oración es siempre por uno mismo, y así es. ¿Por qué entonces debes orar por otros? Y en tal caso, ¿cómo debes hacerlo? Orar por otros correctamente entendido, se convierte en un medio para eliminar las propias proyecciones de culpa que has dirigido sobre tu hermano y te permite reconocer que no es él quien te está haciendo daño. Antes de que puedas ser salvado de tu sentimiento de culpa, debes renunciar al venenoso pensamiento de que él es tu enemigo, tu opuesto maligno, el motivo de tu perdición. La oración es el medio para conseguir esto y, de obtener el poder suficiente para, con metas cada vez más elevadas, llegar incluso hasta Dios mismo.

Las anteriores formas de oración, al comienzo de la escalera, no están libres de envidia y malicia. Claman venganza, no amor. Y nunca provienen de quien se da cuenta de que en realidad son peticiones de muerte, provenientes del miedo por quienes alientan la culpabilidad. Estas formas de oración invocan a un dios vengativo, y es este dios quien parece responderles. No se puede pedir un infierno para otro y luego pretender escapar de él. Solo aquellos que ya están en el infierno pueden pedir infierno. Pero aquellos que han sido perdonados, y que han aceptado su perdón, nunca podrían elevar este tipo de oración.

En estos niveles, por lo tanto, se debiera aprender a reconocer que la oración traerá una respuesta del mismo tipo en que se ha hecho la oración, con esto basta. De aquí, el paso a los siguientes niveles ya será fácil. El siguiente ascenso comienza con esto: 

Lo que he pedido para mi hermano, no es lo que querría para mí. De esta manera lo he convertido en mi enemigo. 

Es evidente que este paso no lo puede dar quien no valore el beneficio que le comporta liberar a los otros y, es posible, que esta decisión se retrase durante mucho tiempo pues pudiera parecer un gesto peligroso en lugar de compasivo. A los que se sienten culpables les parece ciertamente una ventaja tener enemigos, pero quien pretenda liberar a sus enemigos debiera abandonar este beneficio imaginario.

La culpabilidad se debe abandonar, y no ocultarla. Pero esto no puede conseguirse sin algún tipo de dolor, y durante algún tiempo, el vislumbre de la naturaleza misericordiosa de este paso puede ser seguido de una profunda retirada hacia el miedo; ya que las defensas del miedo son en sí mismas temibles y cuando se las reconoce traen sus miedos consigo. Sin embargo, ¿qué beneficio le ha reportado jamás a un prisionero la mera ilusión de escaparse? Su evasión real de la culpabilidad radica únicamente en el reconocimiento de que la culpa ha desaparecido. ¿Y cómo se puede reconocer esto, mientras se proyecte la culpa en otro no viéndose como propia? El temor a escaparse de la culpabilidad hace difícil dar la bienvenida a la libertad, y en cambio, convertir a un enemigo en carcelero parece reportar seguridad. ¿Cómo puedes entonces liberarle sin que se apodere de ti un miedo demencial? Has hecho de él tu salvación y el medio para escapar de tu culpa. Tu inversión en esta solución imaginaria es muy grande y el miedo a abandonarla es muy fuerte. 

Detente por un instante ahora, y piensa en lo que has hecho. No olvides que fuiste tú quien lo hizo, y por lo tanto, de la misma manera lo puedes deshacer. Abre tu mano, este enemigo ha venido a bendecirte, acepta su bendición, siente aligerarse tu corazón y tus miedos desvanecerse. No te aferres a ellos, ni a él tampoco. Él es un Hijo de Dios, lo mismo que tú, no es un carcelero, sino un mensajero de Cristo. Selo tú para él, para que tú lo puedas ver así.

Con Amor, David.